Un hombre solo
(aparentemente solo) que nos hace testigos de una conversación continua: con el
afuera, con el adentro, consigo mismo.
Ese es el
universo que nos propone habitar la obra de Binetti – Lifzchitz, que además
logra con un preciso manejo del tiempo ubicarnos con mayor comodidad en el
lugar del que observa lo cotidiano con lentitud de reflexión. Sobre la vida, la
muerte, el exilio, la soledad, y el dolor. O bien sobre nuestra forma de pensar
la propia vida en contraste con la muerte de todo lo que conocemos. Este
maquillador de cadáveres conversa con un actor muerto mientras lo prepara para
su última presentación ante el público: su funeral.
Alejandro
Lifschitz logra conmover con su actuación y lo hace desde un personaje
configurado a partir de los gestos, con un carácter finamente delineado.
El peor de los
públicos nos propone completar la reflexión permitiendo que estas preguntas atraviesen al hecho teatral mismo. Tal vez nosotros como espectadores seamos, ésta
(o alguna) vez el peor de los públicos de un otro que se expone crudamente ante
nosotros.